ESPECIAL | Cuatro países, dos acuerdos y una nueva etapa del conflicto

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8 min readSep 22, 2020

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Por: José Gregorio Linares

Israel restauró relaciones con Emiratos Árabes Unidos y con Bahréin en históricos acuerdos sellados en Washington DC. En este especial, José Linares explica cuáles son las implicaciones para la región, y si en algunos años podremos hablar de paz en Medio Oriente.

El acuerdo

La espera terminó. Tras el anuncio del 13 de agosto del presidente Donald Trump sobre la resolución de un acuerdo diplomático entre Emiratos Árabes Unidos e Israel, el pasado martes la Casa Blanca fue el epicentro del mayor acuerdo conocido de Oriente Medio en este siglo, teniendo como protagonistas a los dos países antes mencionados, EE.UU. y Bahréin, que se unió a la ceremonia pública en último momento.

El denominado “Acuerdo de Abraham” — en honor al fundador de las tres grandes religiones monoteístas del mundo: el judaísmo, el cristianismo y el islam — reunió en Washington a los representantes de los países en cuestión. Por un lado, los ministros de Asuntos Exteriores Abdulá bin Zayed al Nahyan y Abdulatif bin Rashid al Zayan, de Emiratos Árabes Unidos y Bahréin respectivamente; por otro, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu; acompañados del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, como mediador y anfitrión del encuentro.

La alianza, en esencia, pretende establecer nuevos horizontes de cooperación económica en Oriente Próximo para aprovechar al máximo el potencial de la región. Netanyahu señaló que se contempla cierta sinergia de las partes involucradas en materia de inversiones, turismo, aviación, seguridad y telecomunicaciones. Lo revelador del tema es que deja a entrever la disposición progresiva de la comunidad árabe desde hace, al menos, 25 años con Israel en esa visión de “aspiración compartida”, más allá del rol que juega Irán en el tablero. Acercarse diplomáticamente a Israel es beneficiarse económicamente, sobre todo, en un mundo globalizado donde es la única forma de mantenerse a flote.

Además, Israel les involucraría en los intercambios fluidos de inteligencia antiterrorista, así como ser un mediador importante cuando se trate de acercamientos con los Estados Unidos. En resumen, la fórmula conocida como TTP: terrorismo, tecnología y paz.

Trump al momento de anunciar el acuerdo entre Israel y Bahréin

El acuerdo ha generado expresiones y calificativos de diversa índole, desde ser considerado el mayor logro de la historia en la búsqueda de pacificación del Oriente Medio, pasando por satanizar la labor israelí en detrimento del conflicto con Palestina, hasta restarle cualquier tipo de mérito a la administración Trump en el asunto. En realidad, este hecho representa un bálsamo para las aspiraciones de pacificación de la región, lo cual denota una importancia histórica en lo que va de siglo. Hay apreciaciones históricas que pueden ilustrar la magnitud del acuerdo.

Precisiones importantes

En primera instancia, los acuerdos de Israel con EAU y Bahréin no son acuerdos de paz, como han sido descritos por distintos titulares en el mundo. Son simplemente normalizaciones de relaciones diplomáticas y de reconocimiento mutuo, pues, Israel no estaba en guerra con estos países. ¿Las implicaciones del acuerdo pueden ayudar a una futura pacificación del conflicto árabe-israelí? Sí, pero vendrían a ser externalidades. Caso contrario con Egipto, con quien sí tuvo relaciones conflictivas muy álgidas desde mediados del siglo pasado que acabaron con el primer y más grande tratado de paz que ha involucrado a la nación hebrea.

Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu

El conflicto árabe-israelí transcurrió durante el siglo XX con un denominador común de carácter cultural que posicionaba a Israel como el enemigo de todos en nombre de la causa palestina. Sin embargo, el territorio potencialmente importante ganado por Israel dentro de la zona le posicionó de forma que le permitió recurrir a negociaciones de envergadura con rivales de antaño.

Como se indicaba anteriormente, con los llamados Acuerdos de Camp David en 1978, Egipto aceptó el intercambio de tierra y soberanía perdida ante Israel a cambio de reconocerle como Estado, con la mediación de la administración Carter en EE.UU. Posteriormente, Jordania en la misma medida, tras aceptar la resolución 242 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, estableció relaciones diplomáticas con Israel en 1994 en un tratado de paz que cerraba definitivamente las disputas territoriales desde 1948.

El tiempo resultó ser el aliado más importante para Israel y para ambos países. Ha sido un socio importante a nivel de infraestructura y de intercambio de información estratégica, aunque al principio dichos acuerdos fuesen boicoteados por la mayoría de la comunidad árabe por considerarlos crímenes. No del mismo éxito fueron los Acuerdos de Oslo de 1993 entre Israel y Palestina en su eterna lucha por una paz ideal, condiciones acordadas que se mantienen en paisajes utópicos.

Acuerdos de Oslo entre Israel y Palestina (1993).

Siempre habrán similitudes y diferencias sustanciales en acuerdos del calibre que representa la región más explosiva del mundo, lo cierto es que si se tiene en cuenta la historia, hay hechos que han tenido trascendencia en el tiempo que imponen su importancia por encima del acuerdo reciente mediado por Donald Trump, aunque sus méritos sean indiscutibles.

Consecuentemente, es menester señalar que Israel y algunos países de la comunidad árabe se habían acercado informalmente desde hace años atrás con el fin de hacer contrapeso a Irán, el mayor enemigo. El legado de Obama en la política exterior estadounidense, plagada de imprecisiones y errores de cálculos en cuanto a prioridades a corto y largo plazo, llevó a establecer a árabes y judíos ciertas alianzas estratégicas de defensa. Un ejemplo podría ser el episodio de conflictos entre Israel y Hamás en 2014 manejado tétricamente por el ex secretario de Departamento de Estado, John Kerry, con una condescendencia forzada ante los crímenes que se preveían desde el lado palestino.

Sin ir mucho más allá, el milenario conflicto entre chiitas y sunitas se impuso sobre el israelí-palestino, predominó la enemistad de Arabia Saudita y el resto del mundo suní contra Irán, la mayor amenaza de la región, y con ello, Israel se sumó a la ecuación. Mero pragmatismo en torno a una misma causa: contrarrestar las pretensiones iraníes.

Donald Trump y su política agresiva contra Irán dio un ingrediente extra para que EAU e Israel formalizaran sus relaciones diplomáticas, con Bahréin sumado a la fórmula. Pese al avance que ya existía en este asunto y que la participación de Trump no haya sido del todo decisiva — hay que señalar el mérito del asesor Jared Kushner en el acuerdo — la aceleración del proceso ha dejado muy bien posicionado al presidente y ha podido vender como éxito tal operación.

¿Y ahora qué?

Como afirmó Trump, el pacto abre paso a un posible efecto dominó de acuerdos de normalizaciones diplomáticas entre Israel y otros países árabes. Éstos obedecen a un enfoque de afuera hacia dentro de la política exterior israelí. Todo indica que se buscará negociar en primeras instancias con los Estados sunitas del Golfo para luego forzar a Palestina a involucrarse, y así, evitar cualquier intento fracasado de recurrir a los palestinos de forma directa.

Asesor Especial del Presidente de EE.UU. Jared Kushner. Créditos: AP.

Omán podría ser el próximo en normalizar relaciones con Israel a corto plazo y Arabia Saudita, discretamente, en un futuro más lejano. Se ha rumoreado, desde hace un tiempo, la posibilidad de un reconocimiento de Marruecos a Israel que incluiría una regla de tres con Estados Unidos, los cuales reconocerían la soberanía marroquí sobre Sáhara Occidental. Aunque se ha estudiado como un procedimiento diplomático de mucha complejidad, las implicaciones serían determinantes para dos conflictos de primer nivel: el saharaui-marroquí y el palestino-israelí.

Además, supondría una victoria en el cosmos del poder sobre Irán afectando también directamente a aliados como Siria o Líbano. En definitiva, Israel va proyectando ante el mundo árabe la idea de que hay “amenazas” más peligrosas a las que hacer frente y que puede ser un factor determinante en un escenario incipiente de confrontación.

Por el lado de Palestina, poco se menciona sobre ellos en el acuerdo. Si bien es cierto que la clave del pacto reposa en el compromiso de Israel para suspender parcialmente su anexión de zonas de Cisjordania, Palestina no participó en estos tratos y rechaza en su totalidad los acuerdos, considerándolos una traición. Incluso, pese a promover una especie de resolución para que la Liga Árabe condenara las normalizaciones de relaciones con Israel, la realidad del caso ha sido diferente. No encontraron apoyos suficientes en ese terreno. La posición de los Estados del golfo, para muchos expertos, era algo previsible. Acogieron de buena manera el “Acuerdo del Siglo” presentado por Trump y Netanyahu.

Presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abás

Antes los acontecimientos, se ha formado un escenario muy curioso que deja a Palestina al margen y a su causa mermada. Dentro de un universo de posibilidades, lo más probable es que los palestinos busquen a toda costa volver a ser trascendentales; su alianza profunda con los terroristas de Hamás en Gaza podría exacerbarse. Sin embargo, ningún escenario que pueda preverse representa una solución próxima al conflicto.

¿Paz en Medio Oriente? ¿Qué opciones hay?

Cuando se habla de Medio Oriente, es mejor mantener las esperanzas más bajas, y la historia lo ha demostrado — haciendo referencia a la mítica escena de House Of Cards entre Frank Underwood y Viktor Petrov -. La complejidad de dicha región hace impredecible cualquier escenario dentro de la pluralidad de actores.

Pese a los escenarios, no habrá una hipotética paz en Medio Oriente a corto y mediano plazo, principalmente porque la mayor amenaza y problema se llama Irán, que controla países fronterizos con Israel (Siria y Líbano), y busca extenderse a Yemen. Una verdadera pacificación, pasa principalmente por un cambio de política en Irán. Los Acuerdos de Abraham son un paso adelante pero no parecen ser decisivos para cambiar el panorama radicalmente. Lo que sí ha quedado evidenciado es que Israel tiene el tiempo y la fortuna de los acontecimientos a su favor, y está actuando en consecuencia.

Finalmente, se podría considerar que de desencadenarse nuevos acuerdos que sumen más Estados de la región a las causas pacíficas y de entendimiento mutuo, lo ideal sería que se fomentase una “alianza de moderados y modernizadores”, como lo expresaba hace unos días Bret Stephens en una de sus columnas en el New York Times.

Una alianza donde quien sea que tenga o busque el poder, tenga la voluntad de dirigir a su país hacia la plena tolerancia social y religiosa más allá de fronteras y hacia el desarrollo económico sostenido.

Primero, empezando por olvidar o, al menos, prestar menos atención a las viejas disputas en favor de vislumbrar futuras oportunidades de progreso. Apuestas llenas de idealismo, sin duda alguna, pero necesarias para mantener vivo un ápice de esperanza en una lucha que parece aún interminable.

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