ESPECIAL | Política y petróleo: ¿Cómo y por qué Riad y Moscú van tras Washington?
Por Lorenzo Rodríguez
Hace una semana, el 20 de abril, la economía mundial quedó impactada ante una drástica caída de los precios del West Texas Intermediate (WTI) durante lo que fue la consecuencia producida por la caída en la demanda de los primeros tres meses del año, lo que concluyó con un desplome de más del 60%. A saber, esto se debe a una reducción drástica del consumo, siendo así un descenso mucho más pronunciado que el ocurrido durante la crisis financiera de 2008 bautizada como la Gran Recesión. Todo esto de acuerdo al último reporte emitido en marzo por la Agencia Internacional de la Energía.
Ahora bien, la razón fundamental detrás de este shock a la industria petrolera mundial es la respuesta del mercado energético a la pandemia del COVID-19. Así pues, según Pierre Noël del International Institute for Strategic Studies (IISS) la caída de los precios se debe fundamentalmente a dos razones: En el lado de la oferta, el crecimiento de la producción de petróleo de esquisto en los Estados Unidos es determinante. Tanto así que para febrero de este año la producción norteamericana había alcanzado su punto más alto con 13.1 millones de barriles al día, marcando una larga distancia con Moscú y Riad.
Por otra parte, en el lado de la demanda, la caída primero del consumo chino y luego del consumo global a raíz de la pandemia ha afectado sustancialmente los presupuestos de las economías petroleras y, en general, ha causado inestabilidad en los mercados financieros. Inclusive, tan preocupante comenzaba a ser la situación a principios de año que Rusia y Arabia Saudita fueron incapaces de ponerse de acuerdo para coordinar estrategias de estabilización y detonaron una guerra de precios que tuvo su final recientemente, en su última reunión.
Cabe destacar que el mercado energético es más que solo un espacio para transar mercancías, puesto que los recursos de esa naturaleza están contemplados como de alto valor estratégico, siendo cruciales para la seguridad nacional de los países. Por ello, la caída sostenida de los precios había afectado a los Estados Unidos, ya que con un precio por debajo de los $40 la producción se contraería gravemente ocasionando miles de pérdidas de empleo en estados como Texas, Luisiana, Dakota del Norte, Pennsylvania, Colorado, Wyoming, entre otros. Como dato curioso, es relevante que varios de estos estados apoyaron a Trump en las elecciones del 2016.
Siendo así que con pronósticos tan negativos tiene sentido el cambio de línea de Donald Trump, donde según Samantha Gross del Brookings Institute, en tan solo unos pocos meses la Casa Blanca pasó de quejarse agriamente sobre la OPEP a casi actuar como un miembro de facto abogando por estrategias de minimización del riesgo y mitigación de daño para estabilizar los precios del mercado, con el fin de disminuir el impacto económico en los estados más afectados y de ese modo asegurar su apoyo en las siguientes elecciones. No cabe duda que la guerra de precios declarada por los saudíes definitivamente jugó un papel esencial en la velocidad en la que los precios cayeron; sin embargo, ¿quiénes son realmente los ganadores y perdedores del intercambio sin cuartel sucedido durante marzo y abril entre Vladimir Putin y Mohamed bin Salmán?
En principio, es una entente. No obstante, el claro objetivo tanto de Rosneft como de Saudi Aramco no es otro que sangrar la industria petrolera de los Estados Unidos. Es importante mencionar que, aun si efectivamente el mercado energético tiene una serie de actores relevantes tales como Canadá, los países escandinavos, México y otros miembros OPEP como los Emiratos Árabes Unidos laauténtica disputa por el liderazgo energético mundial recae entre Moscú, Riad y Washington.
Justamente por esa competición geoeconómica para acceder a mayores cuotas de mercado y desplazar competidores, es que las estrategias eslavas y árabes han diferido tanto. La alianza de Viena, conocida como la OPEP+, ha sido un amorío difícil de llevar con más amarguras que alegrías. Ciertamente, ambos países decidieron formar una alianza energética estratégica en 2016 pero la colaboración comienza desde puntos de partida muy distintos.
Por ejemplo, el presupuesto ruso está estructurado para soportar un mínimo de $42 el barril mientras que, de acuerdo al Fondo Monetario Internacional, Arabia Saudita necesita precios mayores a $80 para balancear sus finanzas. Por si fuera poco, la diversificación de su cartera de clientes y mercados objetivo es radicalmente distinta. Las exportaciones de Rusia se encuentran concentradas en mercados muy específicos con la mayoría de sus cargamentos destinados a Europa y con un menor, pero incrementándose progresivamente, porcentaje vía tubería directa a China.
Claramente, tanto Europa como la potencia asiática, han sido los más afectados estos últimos meses por lo que, para Rusia, la posible pérdida de cuota de mercado era un riesgo inasumible, en especial cuando sus principales competidores para abastecer Europa son los productores norteamericanos. Mientras tanto, la monarquía saudí tiene una vasta red de clientes globales, así como suficientes líneas de almacenamiento que le otorga mayor flexibilidad operativa para aplicar recortes de oferta.
Todavía más, la industria energética rusa se encuentra sancionada internacionalmente. Por ejemplo, Rosneft la petrolera insignia rusa fue nuevamente penalizada por su comercio con Venezuela. No sería de extrañar que en el Kremlin busquen maniobrar la preocupación de la Casa Blanca por el precio del crudo para pujar por ciertas concesiones en la materia. En efecto, Igor Sechin uno de los principales consejeros de Putin en materia energética, ha sido un duro crítico de las maniobras estadounidenses, pues las acusa de ser herramientas políticas para ganar cuotas de mercado al sancionar a un quinto de la producción global; es decir, a la nación eslava.
Sin menoscabo de cómo se desarrollen los acontecimientos futuros, la manera en la que los Estados Unidos maneje las sanciones a Rosneft y compañías asociadas, sin duda condicionará las respuestas del palacio de invierno. Entre el rango de opciones posibles que dispone la administración Trump para gestionar el vaivén actual, Amy Jaffe del Council on Foreign Relations (CFR), destaca por ejemplo almacenar parte de la producción actual en las llamadas reservas estratégicas y enviar parte de su producción a países en necesidad de incrementar inventario de las mismas como es el caso de Australia.
Recientemente sobre la reunión virtual del G20 auspiciada y presidida por Riad, Ben Cahill del Center for Strategic and International Studies (CSIS), señala que los estados participantes han decidido llevar a cabo sus propias estimaciones de reducciones de la oferta guiadas por las leyes del mercado. Sin embargo, muchas de estas economías son masivas consumidoras y productoras de recursos energéticos y se hallan frente a la diatriba de tener que sortear la volatilidad de los precios y su efecto derrame sobre los mercados financieros sumado a la creciente desconfianza de los inversores.
En resumidas cuentas, aún si los países del G20 deciden aplicar la medida norteamericana de abastecer sus reservas estratégicas para reducir la oferta agregada, no garantiza más que un efecto marginal sobre los precios del mercado. Por tanto, países importadores de petróleo podrán disfrutar de breves beneficios a corto plazo, pero las posibilidades de una recesión global anulan cualquier prospecto positivo.
En general, la OPEP y la OPEP+ afrontan duros momentos para mantener su cohesión interna. Rusia se ha sentado nuevamente en la mesa de negociación garantizando la viabilidad temporal de la Alianza de Viena lo que es sin duda una victoria para el príncipe saudí, pero ¿por cuánto tiempo?
Siquiera, ¿por cuánto más los escépticos en el club de los productores podrán aguantar pérdidas en su cuota de mercado a beneficio de los países no pertenecientes a la OPEP, a raíz de las reducciones en la oferta impulsadas por el cartel petrolero? No estamos hablando de una organización homogénea, y el liderazgo de Riad ha comenzado a mellar en las simpatías de algunos miembros, como se evidenció con la salida de Catar de la organización por diferencias ya casi insalvables con el gigante del golfo.
Prácticamente todos los miembros de la OPEP son altamente dependientes de los ingresos fiscales por exportaciones petroleras, lo que los hace poco resilientes y antifrágiles ante una situación como esta. A saber, países con umbrales de rentabilidad altos como Algeria son mucho más vulnerables a recortes de gasto y demás acciones para sobrellevar una crisis, a diferencia de países con umbrales más bajos como el caso de Rusia. No obstante, el acceso a crédito internacional, sus reservas de moneda extranjera y su tasa de cambio son otros factores esenciales a la hora de medir la capacidad de un petro-estado para sobrellevar una crisis de precios. Siendo ese el caso Irán, Rusia y Venezuela reprueban estrepitosamente mientras que Arabia Saudita, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos con su fácil acceso a créditos la soportan con mayor éxito.
Vistas así las cosas, los países que sufrirán en sus cuentas la cruzada contra Washington serán Algeria, Nigeria, Libia, Iraq, Irán y Venezuela mientras que los países importadores de petróleo como India, Pakistán, los miembros de la ASEAN y Sudáfrica, entre otros, -en los cuales la importación del petróleo representa un coste alto en su industria y producción de bienes finales para el consumidor- saldrían beneficiados.
¿Qué queda para Rusia, Arabia Saudita y Estados Unidos? Pues, en lo que respecta a Moscú, es probable que seguirá utilizando la diplomacia energética para presionar a los países occidentales en la reducción de las sanciones que afectan su economía, ya que la apretada agenda legislativa de Putin y los cambios propuestos en su política interna con la reforma constitucional, le demandan pujar por un alivio en las sanciones sin tampoco ceder a sus ambiciones geopolíticas.
Por otro lado, Riad deberá aplicar maniobras de balanceo en su acción exterior si quiere equilibrarse entre su tradicional alianza estratégica con los Estados Unidos en materia de seguridad, y su progresiva rivalidad en el área energética debido al crecimiento de la industria de esquisto estadounidense.
Tan turbias son las aguas que navega la nación árabe, que Arabia Saudita debe sortear el comprometerse políticamente de la manera que demanda Moscú, estrechando vínculos diplomáticos mediante cooperación en materia de seguridad, industria armamentística y co-inversiones nacionales a la par que la retirada norteamericana de Oriente Medio y su progresiva intención de desvincularse del rol protagónico de benefactor de bienes públicos como la seguridad. Dejando así a Riad con la obligación de independizarse paulatinamente del paraguas norteamericano y enfrentarse a Teherán por cuenta propia.
Por último, la afortunada permanencia momentánea de los Estados Unidos en los estrechos de la península arábiga, y las recientes declaraciones de políticas de fuerza contra Irán por parte de la administración Trump, ayudan a tranquilizar a los países del golfo, garantizándoles todavía algo de mecenazgo por parte de Washington contra las políticas cada vez más asertivas del coloso persa.
Respecto a la cuestión energética, ahora que Estados Unidos ostenta la posición del primer exportador petrolero mundial este debería optar por una política más proactiva que reactiva buscando reafirmar su liderazgo en vista que la que hasta ahora había tomado como actor secundario le obligó a un cambio de línea frente a la OPEC+. En particular, ya que durante la crisis del 2008 y 2009 el G20 y la Casa Blanca se desempeñaron como una junta de directores de la economía mundial.
Claro está que esa era una época mucho más colaborativa. Dependerá entonces de los tres gerifaltes del oro negro tomar acciones para contener los precios del petróleo con una China silente y desaparecida en esta materia, junto a una pandemia global que no da visos de terminar todavía.